Una de las siete obras corporales de misericordia es la de enterrar a los muertos: la persona humana, creada a imagen de Dios, es sagrada tanto en su cuerpo como en su alma, lo mismo si está viva que si está muerta.

Pero como los promotores del aborto basan sus falsos argumentos en que el bebé en estado embrionario o fetal no es un humano sino «un tejido» o, peor aún, «un tumor» —por eso hay que eliminarlo—, entonces, según ellos, no hay razón para respetar sus cuerpecitos. ¿Qué se hace entonces con ellos? La lucrativa industria del aborto los vende para ser profanados en las formas más macabras.

En Alemania, entre 1981 y 1997, la empresa KEG produjo 136 toneladas de «granulado orgánico no tóxico» que elaboraba con los cuerpos de los bebés abortados que conseguía en las clínicas y hospitales; el «granulado» lo vendía en Berlín a la Oficina de Limpieza Urbana, la cual lo empleó para asfaltar las calles. De esta manera, los bebés asesinados eran, además, constantemente pisoteados.

Continuara...